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ESPAÇO PEDAGÓGICO
v. 27, n. 1, Passo Fundo, p. 30-48, jan./abr. 2020 | Disponível em www.upf.br/seer/index.php/rep
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Jaime Moreles Vázquez
Vale recordar que la educación es un derecho, y así permanece en las
regulaciones y normativas correspondientes, así como los desafíos de equidad y
su naturaleza inclusiva que se han mantenido en el discurso al menos durante las
dos décadas recientes. En ese sentido, el SEN mexicano está en consonancia con
algunos países de América Latina (AL), en los que, de acuerdo con la UNESCO
(Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura,
2017), se habría renovado el debate acerca de la naturaleza de la educación en
cuanto a servicio comercial o bien público, y como derecho de la población.
El SEN está a cargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que a su
vez está integrada por diferentes órganos y subsecretarías; por sus dimensiones,
se trata de un Mega-Sistema educativo, más de 30 millones de personas de 3 años
o más asisten a la escuela (INEGI, 2019). El SEN se divide en Educación Básica
y Educación Superior. En el gobierno de 2012-2018 la EB era obligatoria e incluía
preescolar, primaria, secundaria y al bachillerato; con el gobierno entrante (2018-
2024), la ES también será obligatoria.
En esa dirección, los desafíos de equidad y justicia que son inherentes a la
educación como derecho aún parecen poco factibles en la región latinoamericana;
en el caso de México, por ejemplo, las brechas de desigualdad social son históricas,
apenas una mínima parte de las personas provenientes de hogares humildes
mudará su estatus económico y social (DELJARA et al., 2018). Lo anterior es
una consecuencia de la desigual distribución de la riqueza; por ejemplo, podemos
mencionar que no obstante México tiene los más altos ingresos en la región y que
su Producto Interno Bruto (PIB) per cápita es de los más altos, es también uno
de los países más pobres (Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación-
Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación, INEE-IIPE, 2018).
Con base en el planteamiento anterior, podemos augurar que la escalada de la
privatización tampoco contribuye a reducir las brechas de desigualdad.
Estamos hablando de que casi la mitad de la población mexicana vive en condi-
ciones de pobreza, un poco más de 53 millones de personas, de acuerdo con el Consejo
Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL, 2019). Asi-
mismo, desde hace algunos años la inseguridad y la violencia son parte de la vida co-
tidiana, afectando principalmente a la población infantil y juvenil, y específicamente
a las mujeres. Ese sector de la población, que representa también la mayor parte
de la matrícula escolar, es el más vulnerable, pues uno de cada dos niños vive en
situación de pobreza, así como uno de cada cinco adolescentes; también, un sector de
la niñez mexicana tiene que trabajar para subsistir, y un buen porcentaje de ellos no
asisten a la escuela por esos motivos; de la misma forma, de acuerdo con un reporte