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ESPAÇO PEDAGÓGICO
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Carlos Ernesto Noguera-Ramírez
v. 27, n. 3, Passo Fundo, p. 612-627, set./dez. 2020 | Disponível em www.upf.br/seer/index.php/rep
consideraba como una cuestión vinculada a la nobleza de sangre. Pero fue en el siglo
XVII donde la “vocación de humanización” dio su fruto más maduro: por primera
vez en la historia de la humanidad se pensó, no sólo que era posible sino necesario,
“enseñar todo a todos” para la salvación
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de la humanidad. Comenio encarna una
“voluntad” de humanización que pasa por la erudición (conocimiento de las cosas) y
aspira a la configuración de un ser racional, pero a la vez, virtuoso y piadoso
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Al definir al ser humano como un animal disciplinable, reconoce su posibili-
dad de ser más a través de la disciplina que significa capacidad de aprender y ser
enseñado. Ser disciplinable, entonces, significa una potencia que debe actualizar-
se con la ejercitación; no basta crecer y desarrollarse para adquirir la condición
humana. La idea radical de Comenio es que la gran mayoría de la humanidad ha
vivido en un estado animal, pues no ha conseguido ser más, o en sus términos, no
ha llegado a la erudición, la virtud y la piedad. Podríamos decir que en lugar de
humanización a través de los siglos ha imperado un largo proceso de deshumani-
zación que ha mantenido a los humanos incapaces de alzarse sobre su condición de
animalidad. La didáctica fue pensada como el arte de las artes, es decir, como un
arte magno, pues su propósito es la formación de verdaderos humanos.
Freire considera que el problema de la humanización, pese haber sido el pro-
blema central de la humanidad, “asume hoy el carácter de preocupación ineludi-
ble” (2005, p. 39), pues la realidad histórica de opresión y explotación que impide
a las masas ser más, constituye un proceso de deshumanización. La pedagogía del
oprimido se justifica, entonces, como la posibilidad de conseguir la emancipación,
pero esa emancipación debe leerse, también, en clave pedagógica, lo que significa no
considerar únicamente la opresión en términos políticos y económicos. Pedagógica o
antropológicamente la opresión y la explotación significan la negación de la posibili
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dad de mundo que se traduce en deshumanización, pues, a diferencia del animal que
vive en un hábitat, el hombre vive en el mundo. En cuanto ser cerrado en sí mismo,
el animal vive inmerso en su hábitat que es simple “soporte” al que se adapta para
satisfacer sus necesidades, su hábitat no es problemático sino tan sólo estimulante:
Su vida no es un correr riesgos, en tanto que no sabe que los corre. Estos, dado que no son
desafíos percibidos reflexivamente sino meramente “notados” por las señales que los apun-
tan, no exigen respuestas que impliquen acciones de decisión. Por esto mismo, el animal
no puede comprometerse. Su condición de ahistórico no le permite asumir la vida. Y, dado
que no la asume, no puede construirla. Si no la construye, tampoco puede transformar su
contorno. No puede, tampoco, saberse destruido en vida, puesto que no consigue prolongar
el soporte donde ellas se da: en un mundo significativo y simbólico, el mundo comprensivo
de la cultura y de la historia. Ésta es la razón por la cual el animal no animaliza su contorno
para animalizarse, ni tampoco se desanimaliza (FREIRE, 2005, p. 120).