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Margarita R. Sgró, A la memoria del Profesor Hugo A. Russo
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La recepción de pedagogía del oprimido en Argentina: una hipótesis sobre la
inuencia freireana en la militancia juvenil de los años ´70
The reception of pedagogy of the oppressed in Argentina: a hypothesis on the freirean inuence
on youth militancy in the 1970s
A recepção da pedagogia do oprimido na Argentina: uma hipótese sobre a inuência freireana
na militância juvenil dos anos 1970
Margarita R. Sgró
*
A la memoria del Profesor Hugo A. Russo
**
Resumen
El 50 aniversario de la publicación de Pedagogía del Oprimido, inspira un sinfín de reexiones pedagógicas,
políticas, históricas. En Argentina, la presencia teórica de Paulo Freire fue decisiva para completar el terreno
fértil de los movimientos emancipatorios de los años 70. Las juventudes politizadas, desarrollaban tareas que
iban desde el apoyo escolar y alimentario en villas de emergencia (favelas en Brasil), hasta los movimientos
de guerrilla urbana que habían decidido tomar el camino de la lucha armada. Eran y se percibían herederos de
los Nacionalismos populares latinoamericanos, la Revolución cubana, la Teología de la liberación. En Argentina,
esos movimientos tuvieran una expresión particular, su adscripción mayoritaria al Justicialismo. A comienzos
de los años ’70, Pedagogía del oprimido alentó una práctica concientizadora, preparatoria del terreno para la
“liberación de los pueblos. Pero esa práctica era única y original entre las pedagogías críticas. Su originalidad
residía en dos cuestiones centrales, a) el oprimido era el protagonista de su propia educación por ser portador
de una cultura” silenciada, y b) el saber debía producirse mediante un diálogo” entre sujetos iguales. En el mar-
co político de la revolución posible, Pedagogía del Oprimido tuvo un protagonismo casi excluyente. El autor, lo
sigue teniendo aun hoy.
Palabras clave: Pedagogía del oprimido. Movimientos juveniles. Liberación o dependencia. Argentina.
*
Es Doctora en Educación por la Universidad Estadual de Campinas, Profesora titular del Departamento de Educación
de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Área
Filosóco-pedagógica. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6346-5572. E-mail: msgro@speedy.com.ar
**
Vaya este texto como homenaje al Prof. Hugo Antonio Russo, recientemente fallecido. El Prof. Russo fue docente de
la Facultad de Ciencias Humanas en la que me desempeño y orientador de mi tesis de Maestría, sobre Paulo Freire.
Recebido em 13/06/2020 – Aprovado em 28/09/2020
http://dx.doi.org/10.5335/rep.v27i3.12367
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Abstract
The 50th anniversary of the publication of “Pedagogy of the Oppressed” inspires endless pedagogical, political
and historical reections. In Argentina, Paulo Freires theoretical presence was critical to complete the fertile
ground for the liberation movement of the 1970’s. The politicized youth performed various tasks that ranged
from school and food support in shanty towns to urban guerrilla movements which had decided to take the
path of armed struggle. They were and saw themselves as heirs of the popular Latin American Nationalisms, The
Cuban Revolution, and Liberation Theology. In Argentina, these movements had a very specic expression: a
predominant aliation to Justicialism. During the early 70’s “Pedagogy of the Oppressed” fostered a conscien-
tization approach, laying the ground for the liberation of the peoples. This approach was unique and original
among critical pedagogies. Its originality lied in two core issues: a) the oppressed was the central gure of their
own education as bearer of a “silenced culture and b) new knowledge should be achieved through a dialogue
between equal subjects. Within the political framework of the possible revolution, “Pedagogy of the Oppressed”
had an almost exclusive role. The author still has it today.
Keywords: Pedagogy of the oppressed. Youth movements. Liberation or oppression. Argentina.
Resumo
O quinquagésimo aniversário da publicação da Pedagogia do oprimido inspira inndas reexões pedagógicas,
políticas e históricas. Na Argentina, a presença teórica de Paulo Freire foi decisiva para completar o terreno fértil
dos movimentos emancipatórios dos anos 1970. As juventudes politizadas desenvolviam tarefas que iam desde
o apoio escolar e alimentício em villas de emergencia (favelas no Brasil) até os movimentos de guerrilha urba-
na que haviam decidido tomar o caminho da luta armada. Eram e se percebiam herdeiros dos Nacionalismos
populares latino-americanos, a Revolução Cubana e a Teologia da libertação. Na Argentina, esses diferentes mo-
vimentos tiveram uma característica particular, seus membros aderiram majoritariamente ao Justicialismo. No
começo dos anos 1970, a pedagogia do oprimido impulsionou uma prática conscientizadora, preparatória do
terreno para a libertação” dos povos. Porém, essa prática era única e original entre as pedagogias críticas. Sua
originalidade estava em duas questões centrais: a) o oprimido era o protagonista de sua própria educação, por
ser portador de uma cultura silenciada; e b) o saber deveria produzir-se mediante um diálogo entre sujeitos
iguais”. No marco político da revolução possível, Pedagogia do oprimido teve um protagonismo quase excluden-
te. Seu autor continua sendo protagonista ainda hoje.
Palavras-chave: Pedagogia do oprimido. Movimentos juvenis. Liberação ou dependência. Argentina.
Introducción
La obra Pedagogía del Oprimido, publicada en el año 1970, fue y es interpre-
tada de muchas maneras, Paulo Freire es frecuentemente víctima de esas interpre-
taciones de las que, en general, la más extendida expresa que su libro, publicado
en el exilio y con un primer capítulo dedicado a hablar de la opresión de los pobres,
es solo un método de enseñanza, que como tantos otros se esfuerza en optimizar
el aprendizaje de la lecto-escritura, a analfabetos adultos que precisan “aprender”
de un modo diferente a como lo hace un niño. Es una extraña manera de extirpar
la criticidad del proceso de lectura y la politicidad de cualquier práctica pedagó-
gica. Es también una manera de debilitar la crítica social y política para tornar
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instrumental lo que no lo es. Ese conjunto de incomprensiones traspasa a la con-
sideración pedagógica para constituirse en una interpretación política de la que,
frecuentemente, las derechas reniegan.
En la actualidad, podemos encontrar reacciones mucho más violentas y menos
pretendidamente academicistas de rechazo, no solo a la obra del autor, sino a su
enorme influencia transformadora.
Si en general, las derechas optan por este reduccionismo metodológico, las
izquierdas tradicionales no le perdonan la concepción sobre cultura popular y reli-
giosidad que impregna su trayectoria, como tampoco le perdonan su latinoameri-
canismo, ampliado luego, a todos los pueblos del Tercer Mundo. En Argentina, las
izquierdas tradicionales han sido fuertemente antipopulares.
El análisis que haremos en este artículo remite, directa y específicamente a
lo que creemos, es la lectura más aproximada a la obra y a la vida del autor. No
solo la que precedió a Pedagogía del Oprimido, sino también los textos posteriores
que destacan una trayectoria político-pedagógica riquísima, documentada históri-
camente. Porque Pedagogía del oprimido es el producto de una época en la que el
horizonte revolucionario cooptó a la acción política y, en la que el modelo de revo-
lución podía ser más o menos el de la Revolución Cubana contra el imperialismo
norteamericano, pero también podía provenir de otras perspectivas de transforma-
ción social, antiimperialistas que levantaran la bandera de la igualdad y la justicia
social. En este sentido, los Nacionalismos populares de las décadas de los años ´40
y ´50 fueron también representativos de una praxis emancipadora de caracterís-
ticas singulares, en las que la educación del “pueblo” se vio como una necesidad
impostergable.
Un nuevo sujeto nacía a la vida política, las democracias, aunque formales,
se afianzaban a partir de la incorporación masiva de la población a un conjunto de
derechos, entre los principales se contaba a la educación y la salud públicas, pero
también todos los derechos sociales a una vivienda y a un salario dignos, aguinaldo,
vacaciones pagas. Derechos que hasta el momento de la irrupción del peronismo en
Argentina, eran privilegios de los que disfrutaban unos pocos.
En una sociedad muy desigual esos derechos costaron muchas batallas que
debían dar los trabajadores, para conseguirlos primero y luego defenderlos, por eso
la formación política, el valor de la organización y de la sindicalización fueron ejes
que sustentaron el proyecto político del Movimiento Nacional Justicialista.
La consideración de la educación que debía recibir ese nuevo sujeto dividió las
aguas del debate político-pedagógico. ¿Qué es la educación popular? ¿Cómo debe
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ser? ¿Ese nuevo sujeto de derechos, debe ser elevado a la cultura oficial? ¿O debe-
mos reconocer en él una cultura silenciada?
En Argentina, los trabajadores venían de una historia de luchas en las que
no se ahorró sangre, torturas, asesinatos masivos. Pero esas batallas, casi siempre
perdidas por los trabajadores, cristalizaron en un hecho histórico, el 17 de octubre
de 1945, fecha en la que, la mayoría de los historiadores, coinciden en señalar como
la fundación del Peronismo. Desde ese momento y hasta la actualidad, este Movi-
miento ha tenido una influencia decisiva en la política y en la cultura de nuestro
país. El Peronismo fue, en el gobierno o fuera de él, determinante para la historia
contemporánea de Argentina. Perón gobernó desde 1946 hasta 1955 en que fue
derrocado por un golpe de Estado, se exilia en España y después de dieciocho años
retorna en 1973. En el transcurso de esos años las organizaciones de la sociedad
civil, primordialmente los sindicatos en su mayoría peronistas, los pequeños gru-
pos de militantes que actuaban en la clandestinidad, mantuvieron viva la defensa
de los derechos, se afianzó la lucha de los trabajadores combativos, preparando al
mismo tiempo el Retorno de Perón. A ese período se lo conoce como el de la “Resis-
tencia Peronista”, fueron esos militantes los gestores del retorno que finalmente se
concretaría en 1973, en ese año Perón vuelve a ser Presidente y muere el 1 de julio
de 1974. Fueron tiempos de una historia trágica a los que en 1976, sobrevino una
feroz Dictadura.
La hipótesis de este trabajo es que la enorme influencia del pensamiento frei-
reano, en los años 70, se debió en parte, a la coincidencia con el ideario del Peronis-
mo, especialmente encarnado en una militancia juvenil, que leyó su tiempo como el
de la realización de la utopía revolucionaria. Los actores de ese compromiso fueron
los jóvenes universitarios, los trabajadores sindicalizados, muchos de ellos perte-
necientes a grupos de la Iglesia Católica, sobre todo al Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer mundo, fundado en la provincia de Córdoba en el mes de mayo de
1968, que compartía fervientemente los principios del Episcopado Latinoamerica-
no, expresados en el Documento de Medellín en el mes de septiembre del mismo
año. Ambos movimientos de Iglesia se referenciaban en la enorme transformación
que significó el Concilio Vaticano II.
Pedagogía del Oprimido, llega en el momento en que la tarea de formación
pedagógica en las “villas de emergencia”, en los barrios obreros, en las organiza-
ciones de base de la Iglesia católica, se tornaba preeminente, “no habrá liberación
que no provenga de los oprimidos”, decía el Padre Carlos Mugica
1
, de los poster-
gados, de los villeros
2
y de los trabajadores, que aún considerados como un sector
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heterogéneo, serán los estandartes de la liberación. Encuadrados en el Peronismo,
buscaban forzar su radicalización hacia un socialismo nacional.
También en el año 1968, en el mes de marzo se funda la Confederación Gene-
ral del Trabajo de los Argentinos, la CGT de los argentinos, liderada por Raimundo
Ongaro, que organizó al sindicalismo combativo de diferentes sectores de izquierda
con mayoría de la izquierda peronista. Las relaciones entre esa confederación sin-
dical y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer mundo, fue muy fluida. En ese
contexto, “La pedagogía del oprimido resulta ser tanto un análisis pormenorizado
de la reproducción de las interrelaciones entre los hombres de una misma sociedad
inmersas en relaciones estructurales de dependencia, cuanto una ‘estrategia comu-
nicativa’ de superación.” (RUSSO; SGRÓ, 2001, p. 70).
El contexto histórico de recepción
Es temprana, en el pensamiento crítico latinoamericano la voluntad de libera-
ción enraizada en los movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX. A
ellos estuvo asociada una pedagogía crítica que entendió con claridad la necesidad
de formar a los pueblos originarios, a las mujeres, y a los negros o sus descedientes,
porque ellos serían los actores de la verdadera emancipación. Ejemplo de estas
ideas tempranas fueron Simón Rodriguez, maestro de Simón Bolívar, o José Martí,
el gran poeta y educador cubano, entre otros. Su prédica, a favor de la cual fueron
capaces de tomar las armas, conspirar y hasta morir, se asentaba sobre el derecho a
la autodeterminación de los pueblos, al desenvolvimiento de sus culturas nativas y
la lucha contra la desigualdad. Por ello, fueron lectores de Juan Jacobo Rousseau y
practicaron un liberalismo, cuyo anhelo era poner fin a la esclavitud. Es así que en
esos primeros tiempos, la inclusión de todos, hombres y mujeres, negros y mulatos
en la vida social, era una preocupación de los próceres de la independencia. Planteo
este tema porque en la historiografía revisada del Peronismo se coloca como una
línea histórica, la que va de aquellos próceres de la Primera independencia hasta
los que a principios del siglo XXI se denominaron como corrientes posneoliberales,
o socialismos del siglo XXI, y en Argentina “nacionalismos populares” cuya raíz
primera está en el Peronismo.
La línea que une esas sucesivas batallas puede resumirse en la oposición:
Derechos contra privilegios, esa parece ser una constante en la lucha de los pue-
blos contra diversas formas de dominación. Éstas, pueden presentarse en forma de
Dictaduras sangrientas como las que dominaban el panorama político en 1970, o
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pueden, como ha ocurrido más recientemente, llegar de la mano del voto popular.
Lo que reactualiza dramáticamente la cuestión de la “formación” o de la “educación
del pueblo”. Pero esa es una historia reciente. “Freire es un intelectual represen-
tativo de su época, se nutre y a su vez nutre el pensamiento que se va generando
en las décadas de los ´60 y de los ´70 a partir de un nuevo diagnóstico político,
sociológico, antropológico y filosófico.” (RUSSO; SGRÓ, 2001, p. 53).
La Argentina de los años ’70 era, como otros países latinoamericanos, un esce-
nario propicio para pensar en términos dicotómicos la política. La lectura de que el
conflicto central no era un conflicto Este-Oeste, sino un conflicto entre el Norte y el
Sur, estaba muy bien analizada en una corriente de pensamiento que tuvo también
mucha influencia en Freire y que se denominó Teoría de la Dependencia
3
, cuyo eje
central era que los pueblos pobres debían su pobreza a la lógica de explotación que
aplicaba el imperialismo norteamericano.
Esa percepción también estuvo tempranamente en el Peronismo, el tinte
nacionalista de sus políticas, la construcción de un Estado fuerte y presente, se
conjugaron con la oportunidad que brindó el fin de la Segunda Guerra Mundial
para sustituir importaciones. La nueva nación habría de construirse sobre tres
principios que están, aun a pesar de la globalización, muy presentes en el debate
político de nuestro país, ellas son: Soberanía política, Independencia económica y
Justicia social. Mientras en otros países esos principios fueron estandartes de las
izquierdas no tradicionales, en Argentina quedan en manos del Peronismo, que
se torna el representante de los intereses populares, de los trabajadores, de los
pobres, de los excluidos.
El Partido Socialista, en cambio, adhería a una vieja dicotomía de Civilización
o Barbarie que había expresado la llamada Generación del ´80. Una generación
que dirigió la política y la cultura Argentina en la segunda mitad del siglo XIX
hasta aproximadamente 1930. Una élite modernizadora y europeizante que, aun-
que contó entre sus representantes, algunos matices críticos, acaba constituyendo
una oligarquía terrateniente y parasitaria, que se benefició del reparto de tierras
entre pocas familias. Éstas tierras habían sido quitadas a los indios y los gauchos,
mediante un proyecto de exterminio feroz al que se llamó “Campaña del desierto”,
un “desierto” que estaba habitado, por el que tuvieron que guerrear durante años
con sus primeros ocupantes o sea, con los dueños reales de la tierra.
Civilización o Barbarie, marcó la historia Argentina desde el siglo XIX
4
y se
reavivó cuando irrumpe el Peronismo en 1945. A partir de allí la escisión fue Pero-
nismo-Antiperonismo, en un juego de opuestos en el que cada uno va asumiendo su
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identidad de manera relacional, así lo expresa Alejandro Grimson, en su reciente
libro
5
.
“Peronistas” fue la categoría de identificación que más vertiginosamente crecería a partir
de julio de 1945, asociada de distintos modos a la nacionalidad, lo criollo, los descamisados,
los cabecitas negras, los obreros, los trabajadores, el pueblo. Setenta años después, con
drásticos cambios de significado a lo largo de su historia, el término tiene plena vigencia.
(2019, p. 104).
El antiperonismo, que nació al mismo tiempo que el peronismo, fue y es de
derecha y de izquierda, la derecha le endilgaba el mote de dictadura yproyecto de-
magógico por la adhesión masiva que conseguía de parte de los trabajadores, de las
organizaciones sindicales y por una fenomenal distribución de la renta que llegó a
cada rincón de la nación bajo la consigna ordenadora de generar empleo y devolver
la dignidad al “pueblo”. La izquierda rápidamente lo identificó como fascista, e in-
mediatamente comenzaron a hablar de la Dictadura peronista y de la capacidad de
manipulación, que el liderazgo de Perón tenía sobre las masas populares, a quienes
no se le reconocía ninguna autonomía. La idea repetida hasta el presente es la de
un manso rebaño sin voluntad propia.
Con respecto al peronismo, izquierda y derecha hacen un coro de reclamos
republicanistas. Aunque ambas fuerzas, estuvieron comprometidas en el Golpe de
Estado de 1955, participaron de ese gobierno de facto y de todos los posteriores
y algunos de sus miembros más encumbrados, frecuentemente recurrieron a los
militares como salida “democrática”.
Mientras las élites quedaron representadas por los partidos tradicionales in-
cluido el Radicalismo, los nuevos sectores que demandaban derechos e inclusión
social se identificaban mayoritariamente con el Peronismo. No es este el lugar para
explicar con más detalle la obra que el primer gobierno peronista realizó desde
1945 hasta 1955, tampoco es el lugar para narrar la destrucción a la que fue some-
tida una vez que cae el gobierno.
Sin embargo, la herencia cultural que dejó aquel período explica mucho de la
pregnancia del peronismo hasta nuestros días. “Existieron ‘populismos’ en diver-
sos países latinoamericanos, pero aunque ha habido movimientos que perduraron
varios años ninguno tuvo la persistencia del peronismo. El gobierno de Vargas en
Brasil no generó ‘varguismo’ y algo similar podría decirse de otros países.” (GRIM-
SON, 2019, p. 51). A la distancia, su singularidad resiste las clasificaciones más o
menos tradicionales y por ello hay autores que hablan de cuatro peronismos y otros
de cinco al incluir los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (HOROWICZ, 2015).
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Habría ahora un sexto, representado en el gobierno actual de Alberto Fernandez,
en esa heterogeneidad signada también por la marca particular de cada tiempo,
las tres ideas centrales, nunca dejan de ser mencionadas, aun cuando en algunos
momentos haya asumido una cara neoliberal, fue en los años ’90 cuando gobernaba
Carlos Menem.
Por lo tanto, la escisión entre peronismo y antiperonismo, presente en la cul-
tura política de Argentina, el fuerte rechazo de sectores de derecha y de izquierda
tradicional, las variadas formas de desvalorizarlo y desvalorizar a sus adherentes
como incultos, bárbaros, malvivientes, marginales se debe, sin dudas, al odio que
generó el enorme proceso de igualación social, intolerable para los dueños de la
argentina. Por eso, el antiperonismo es paralelo al peronismo y esa “grieta” puede
perfectamente plantearse en tiempo presente. La virulenta reacción del antipero-
nismo muestra también el carácter profundamente racista de la cultura política
argentina (GRIMSON, 2019, p. 104 y ss).
Es interesante destacar que la categoría identificatoria de peronista se generó
por los insultos de las clases dominantes, blancas y porteñas que vivían en Buenos
Aires, no en la provincia, sino en la Capital. Ellos creían que los trabajadores no
debían ocupar ni el centro de la ciudad europeizada ni el centro de la vida pública.
Así, el concepto de “descamisados” se usaba para referirse despectivamente a los
trabajadores de fábricas, trabajadores de la construcción, llegados del interior o los
trabajadores de los frigoríficos; “cabecitas negras” para referirse a los argentinos
del interior profundo, “negros”, “grasas”, “aluvión zoológico”, fueron insultos que el
peronismo asumió como propios, para afirmar una nueva identidad, del demérito
al mérito de pertenecer a una clase que en el ideario peronista sería la responsable
de cambiar la historia de Argentina. Pues, si finalmente un mundo más justo era
posible, vendría del “subsuelo de la patria sublevado”, dice un intelectual del pero-
nismo que se llamó Raúl Scalabrini Ortíz
6
, que describe con esas bellas palabras el
17 de octubre de 1945, cuando las masas de trabajadores llegan a Plaza de Mayo
para pedir la liberación del entonces Coronel Perón que estaba preso. Perón fue
liberado y se convierte en Presidente en 1946. A partir de ahí se escribe la historia
contemporánea de nuestro país.
Este breve desarrollo explica por qué en Argentina a diferencia de otros países
latinoamericanos, los “oprimidos” se identificaron con este movimiento complejo y
vital que cada tanto renace con su mejor tradición.
La perspectiva emancipadora, el convencimiento de que los derechos se ganan
y se defienden a veces violentamente, como ha sido frecuente en Argentina, llevó a
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tener una genuina preocupación por la formación del pueblo y de los trabajadores.
Su incorporación y la de los sectores populares a la vida pública, requirió de un
proceso de formación política que emprendieron los sindicatos y grupos politizados
que pretendían, en primer término, la creación de una conciencia social, que no era
estrictamente conciencia de clase, porque el propio Perón decía que este antagonis-
mo debía ser superado por el de una “comunidad organizada”
7
. Es posible pensar
que Freire no estaría muy de acuerdo con Perón habida cuenta de su crítica a los
líderes personalistas, y a la idea desarrollada en la última parte de su texto, en que
una verdadera revolución resultará del diálogo entre el líder y su pueblo, lo dice
refiriéndose a la Revolución cubana. Sin embargo, esa es una historia contrafáctica
que no podemos comprobar.
8
La idea de “Comunidad organizada” es todavía hoy discutida como una de las
nociones fundamentales, constituida por un modo de asociación de la comunidad
que Perón llamó Organizaciones Libres del Pueblo” (OLP) como por ejemplo, clubes
de barrio, asociaciones de profesionales, de trabajadores, fundaciones, cooperati-
vas, organizaciones de productores, mutuales, etc. Este modelo de organización
no dependía del Estado, debía interactuar con el Estado y multiplicarse hacia la
sociedad civil. Aúnada a la idea de que el individuo no puede realizarse y ser feliz
en una comunidad que no se realiza, dice Perón en un extenso discurso histórico,
proferido en 1949, con el que cierra el Primer congreso nacional de Filosofía reali-
zado en la Provincia de Mendoza
9
.
Esa doctrina fue articulándose dificultosamente después de 1955. Durante
el exilio y proscripción de Perón era él mismo el que se encargaba de mandar, a
través emisarios, sobre todo sindicalistas, “cintas” grabadas con su voz, explicando
diversos temas que eran luego discutidos por los trabajadores en los sindicatos o en
la clandestinidad durante la Dictadura que sucedió a su primer gobierno.
Lo que despectivamente la derecha y la izquierda llamaba adoctrinamiento, era
el trabajo de formación política que incluía el debate sobre los planes de gobierno que
se repartían impresos en las fábricas, en los frigoríficos para que los propios trabaja-
dores se conviertan en difusores y responsables de su explicación y sobre todo, prota-
gonizaran la defensa de sus derechos. Esa organización, en que confiaba ciegamente
el Peronismo fue lo que permitió su supervivencia a través de 75 años.
Una pedagogía que se propone como un camino hacia la liberación, que critica
a los opresores como responsables de generar una situación estructural de injusti
-
cia, coloca en el centro de la escena a los pobres y los alienta a luchar por sí mismos,
reforzando el ideario de que la justicia solo pueden buscarla los que sufren desi
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gualdad y desprecio. “¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado para
entender el significado terrible de una sociedad opresora?” (FREIRE, 1973, p. 40).
El comienzo de los años 70 fue una época de política de masas, de organiza-
ción popular y debates sobre la necesaria transformación social que convocó a la
militancia política a miles de jóvenes provenientes de las clases bajas y medias
que ya no entendían la participación social solo como resistencia a los poderes
establecidos, sino como una forma de luchar, de muy diversas maneras, por la
emancipación, una de ellas, fundamental, era aportar a un proceso de formación
del pueblo, víctima de las más diversas injusticias. El pueblo pobre pasaba a ser
el protagonista de los desvelos teóricos, ideológicos y políticos de un nuevo tiempo
de liberación. No se podía esperar que los poderosos instalaran la justicia distri-
butiva, había que sacarles la riqueza de la que se habían apropiado. Esto requería
un proceso de enseñanza y aprendizaje que tenía que partir de los “’condenados de
la tierra’, de los oprimidos, de los desarrapados del mundo y de los que con ellos
realmente solidaricen.” (FREIRE, 1973, p. 40).
Paralelamente en los ’70, la lucha entre la derecha y la izquierda peronista se
profundiza, la ruptura del movimiento obrero ocurrida en 1968, por la fundación
de la CGT de los Argentinos, la creación del Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo, su compromiso político partidario, llevan la pelea entre izquierda
y derecha al interior del peronismo, ese conflicto terminó en una violencia interna
en la que el diálogo fue reemplazado por miles de muertos, algunos notables, que
un bando le “tiraba” al otro como símbolo de su fuerza política. Perón, ya anciano
y con condiciones políticas muy diferentes a aquellas de 1945 cuando tomó el poder
por primera vez, no pudo resolver esa lucha interna y podríamos decir que aun
hoy, cuando el peronismo es el principal partido de la coalición gobernante, pervive
sin la estridencia y sin violencia explícita, pero como una rémora que no se ha
discutido profundamente, tal vez, porque como dice Grimson, en el texto citado, ya
no es un problema del peronismo solamente, sino de una ruptura que existe entre
peronismo y antiperonismo en la cultura política argentina y podríamos agregar
también, de los bordes difusos de las ideologías, en una época de retroceso político.
Los 70 pusieron todo en debate, la colonización cultural y la explotación econó-
mica que se asienta sobre la colonización cultural, mientras Freire escribía Peda-
gogía del Oprimido, el chileno Ariel Dorfman escribía, junto a Armand Mattelart,
un precioso texto denominado “Para leer al pato Donald”, en el que analizaban la
ideología oculta tras las difundidas historietas de Disney y develaban la máquina
de dominio cultural, escondida en esa fabulosa industria, llamada Disneylandia.
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No fueron los únicos, en toda América Latina se desarrolló un movimiento denomi-
nado “comunicación popular”, dedicado a develar los mecanismos por los cuales el
Imperio distribuía cultura “enlatada”, prefabricada en serie, con el fin de colonizar
las culturas de los países periféricos o del Tercer mundo.
A esa generación de los años ‘70, dice Grimson (2019, p. 145):
Les tocó en suerte vivir una época extraña. El mundo de la Guerra Fría, escindido entre
el occidente capitalista y el comunismo soviético. El mundo de la Revolución China, de la
liberación de Argelia y de la Revolución Cubana. El mundo de Mayo del 68 y del Cordoba-
zo. El mundo de Allende y el Che Guevara. Un mundo en el que los militantes creían que
su acción podía cambiarlo todo, que lo que ellos hicieran podía incidir de manera decisiva
en los acontecimientos.
Este pequeño raconto de textos que constituyeron la pedagogía emancipadora
de un tiempo, estaría incompleto si no mencionara que en el año 1971, el escritor
uruguayo Eduardo Galeano publica “Las venas abiertas de América Latina”, en
Argelia, unos años antes, Franz Fanon publica “Los condenados de la Tierra” re-
ferido a las luchas por la liberación de Argelia, con prólogo de Jean Paul Sartre.
El teólogo peruano Gustavo Gutierrez, publica el libro fundante de la “teología de
la liberación”, también en 1971. Y así podríamos seguir con otros textos que se
convirtieron en emblemas de un tiempo singular.
En ese contexto político radicalizado con miles de jóvenes volcados a la mili-
tancia social y política se preparaba el fin de la Dictadura del General Lanusse, el
retorno del General Perón y por fin la autorización a elecciones libres, en las que
pudiera presentarse el propio Perón, que además de exiliado estaba proscripto.
En ese proceso, un sector muy importante de la Iglesia católica, la más com-
prometida con la “opción preferencial por los pobres” que predicaba el Documento
de Medellín, había entendido que estar con los pobres y luchar por su liberación
estaba muy lejos de la lógica caritativa o asistencialista que tradicionalmente se
pregonaba, esa perspectiva significó una escisión importante también en la Iglesia
argentina. “Dicen los obispos: ‘Cuando Dios revela su designio divino (…) la justicia
no aparece solo como un don personal (…) sino como un estado del pueblo’.” (P.
Mugica) (VERNAZZA, 1984, p. 77).
El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, MSTM tuvo un papel
preponderante en la Iglesia argentina y latinoamericana. Cuando en el año 2018
se cumplieron los cincuenta años de su fundación, uno de sus principales mento-
res publicó un libro que reúne los debates de la época y todos los documentos que
emitieron en su corta vida como Movimiento, el Padre Domingo Bresci dice: “(…)
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los integrantes de este Movimiento –hombres de fe- compartían la ‘indignación
evangélica’ ante la injusticia y se propusieron seguir a Cristo Liberador y Servidor,
desde una Iglesia Encarnada, Pobre, Samaritana y Profética.” (2018, p. 10).
Como ya lo hemos expresado en el texto dedicado al pensamiento freireano
(RUSSO; SGRÓ, 2001, p. 34 y ss), esa percepción sobre el oprimido, sobre la li-
beración y la humanización, conjuga la raíz crítico-marxista, con la mirada de la
Teología de la liberación.
Para finalizar, si hay un poco de verdad en la hipótesis que intenté defender,
voy a plantear ahora las cuestiones propiamente pedagógicas que anuncié en la
introducción a este texto.
¿Qué aportó específicamente Pedagogía del Oprimido al debate político peda-
gógico? ¿Porqué caló tan hondo en la militancia de la época? Dijimos en la intro-
ducción de este trabajo que la originalidad de Pedagogía del oprimido, está, por
un lado, en la consideración de la cultura popular como punto de partida de una
educación problematizadora cuyo norte es la liberación, por otro lado, el diálogo
como método, que reconoce al “otro” como un igual.
Freire, como los autores antes mencionados, por participar del debate de su
tiempo decidido a comprometerse con los oprimidos, entendió el peso de la cultura
en la dominación y explotación de los pueblos. Consecuentemente, pensó en el sus-
trato que permitiría enfrentar semejante poder, ese sustrato era el de la cultura
popular, se movió en la delgada línea que entiende que la educación es invariable-
mente una acción con otros, en la que influimos sobre otros, pero esa influencia
estaba destinada a develar la cultura silenciada por siglos de opresión.
(…) el que el acercamiento a las masas populares se haga, no para llevar un mensaje ‘sal-
vador’ en forma de contenido que ha de ser depositado, sino para, dialogando con ellas,
conocer, no solo la objetividad en que se encuentran, sino la conciencia que de esta objetivi-
dad estén teniendo, (…) En verdad lo que debemos hacer es plantear al pueblo, a través de
ciertas contradicciones básicas, su situación existencial, concreta, presente, como problema
que a su vez, lo desafía y haciéndolo le exige una respuesta, no a un nivel intelectual, sino
al nivel de la acción. (FREIRE, 1973, p. 114-115).
Esa acción pedagógica implica por parte del educador estar abierto a la trans-
formación que surja de una nueva interpretación del mundo, de una creación que
solo el “diálogo” entre dos sujetos iguales, puede producir. En este sentido, el deba-
te político es un ámbito propicio para poner en juego saberes surgidos de la expe-
riencia propia, la experiencia de la opresión, del desprecio, del hambre. La “forma-
ción política” asumida con mucha seriedad, por las organizaciones sindicales y los
militantes de base, se ajustaba perfectamente a la noción tan controversial de que
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“nadie educa a nadie, todos nos educamos entre todos”. Porque la cultura popular
es un campo de saberes desvalorizados por la cultura erudita u oficial, sin embargo
contiene saberes extremadamente valiosos, que funcionan además como un tamiz
capaz de filtrar nuevos saberes, nadie, ni el trabajador más rústico es una tabla
rasa, todos poseemos una historia y una cultura vivencial que nos constituye.
La herencia de la pedagogía freireana setentista, permitió en los años ´80 y has-
ta nuestros días, reelaborar una mirada sobre la educación del pueblo, que ya no aspi-
raba a la revolución pero que aun así, tenía la potencia de colocar a todos los hombres
como creadores de cultura y no solo destinatarios de la cultura que otros crean.
En los años 70 al calor de la revolución posible, esa discusión pedagógica se
actualizó y como sucede con frecuencia, se radicalizó. Si de universalizar derechos
se trata, si de generar una sociedad más justa se trata, el nuevo sujeto no puede sim-
plemente recibir la cultura hegemónica y aceptarla, hay que partir de su propia pa-
labra, porque lo que está en juego es el fin de la opresión y ella es, en primer término,
la que deviene de la cultura del silencio producida por tantos siglos de explotación.
Ese debate pedagógico está vigente, por la fortaleza que en Argentina tiene la
escuela pública estatal. Dos modelos, que cada vez son menos opuestos, se dispu-
tan el nombre de Educación popular, el modelo sarmientino hegemónico y un cada
vez más presente modelo freireano en la escuela pública estatal. Pero esa es otra
discusión.
Conclusiones
Pedagogía del Oprimido, llega en medio de ese escenario político convulsiona-
do en el que intelectuales, artistas, cineastas, periodistas también estaban compro-
metidos. Freire completa desde un punto de vista latinoamericano, la crítica que
hacía falta a una educación incapaz de reconocer los saberes populares, la potencia
liberadora de la cultura del pueblo. El texto radicalizaba una crítica que develaba
hasta qué punto la educación podía ser un vehículo de dominación.
Aun cuando a la distancia podemos y debemos criticar algunas ideas de Peda-
gogía del Oprimido, Freire fue en el sentido amplio del término el último pedagogo
latinoamericano, aquel que colocó el carácter político de la educación como eje del
debate y lo hizo a lo largo de toda su vida, ignorarlo, ingenua o deliberadamente,
restringe y debilita la energía de la crítica.
Hace un tiempo, participé como invitada de la sección “Conversando con
educadores” de esta misma Revista. Allí conté como llegó a mí, en 1977, plena
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Dictadura, la noticia de que había un pedagogo, un educador que hablaba de los
Oprimidos, de los pobres, y sobre todo se preocupaba en educar para la Liberación.
Eran tiempos de una masacre planificada, de tortura y desaparición forzada de
personas, sean estudiantes, obreros que reclamaban derechos o simplemente otras
personas que enseñaban en una Villa de emergencia, o que tenían un comedor
popular u otras, al azar, porque el objetivo era hacer sentir que todos estábamos en
riesgo. Fue en esos años terribles, que en una librería que vendía libros y revistas
usadas conseguí un ejemplar de Pedagogía del Oprimido, editado por la editorial
Siglo XXI en el año 1973, para ese año el libro llevaba ocho ediciones.
Yo saludo la iniciativa de esta Revista y de todos los homenajes, muchos en
Argentina, que se hagan por los 50 años de publicación de este libro, es el deber de
sostener, en un tiempo radicalmente opuesto, el espíritu de la crítica política, por-
que renunciar al horizonte revolucionario no es lo mismo que renunciar a formas
de vida más igualitarias y justas. Y creo, que en este punto se encuentra otra de
las grandes virtudes de un pensador como Freire, que aun cuando ya lleva más de
veinte años fallecido nos permite enfrentar el empobrecimiento cultural y la docili-
dad intelectual con la que aceptamos que la realidad no puede cambiarse. Freire es
un espejo en el que es posible leer nuestro tiempo como un retroceso a la barbarie,
como un retorno histórico a la minoría de edad. Pero también su pedagogía inter-
pela nuestra criticidad y nos ayuda a no ceder a tantas tentaciones de frivolidad in-
telectual y mercantilización, estímulos que el neoliberalismo nos pone por delante.
Mantener viva la memoria de un autor, de un texto, como en este caso, es parte de
un acto de Resistencia imprescindible contra la barbarie y la violencia. Pues, aun
para quienes no piensan ganar la batalla, las ideas de igualdad, libertad y justicia
social, siguen siendo el piso de la crítica política y pedagógica en América Latina.
Notas
1
El Padre Carlos Mugica, fue uno de los representantes más importantes del Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo, en un momento en que muchos de ellos, adhieren explícitamente al Peronismo, tra-
bajando en las “villas de emergencia”. Hoy, la “villa de Retiro”, n° 31, lleva su nombre porque fue uno de
los asentamientos donde más trabajó, era el Párroco de la capilla Cristo obrero. Esta historia está contada
por el Padre Jorge Vernazza, amigo personal del sacerdote, en un libro del año 1984, que ese llama, Padre
Mugica, una vida para el pueblo. Mugica fue asesinado, el 11 de mayo de 1974, después de una misa, por
una organización armada llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), uno de los grupos de la
Derecha Peronista que comenzaría un baño de sangre indetenible, profundizado luego por el “Terrorismo
de Estado” que implantó la Dictadura de 1976.
2
Se denomina “Villero” al habitante de una Villa de emergencia, también llamada Villa miseria, la palabra
villero tiene un tono despectivo en la cultura argentina, “negro villero” es un calificativo proferido como
ofensa.
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3
Cf. Russo y Sgró (2001, p. 64-72).
4
Cf. Sgró (2017).
5
Grimson (2019).
6
Raúl Scalabrini Ortiz. Tierra sin nada, tierra de profetas, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973, p. 55. Citado por
Felipe Pigna e disponible en: https://www.elhistoriador.com.ar/.
7
Sería interesante indagar también las coincidencias entre el pensamiento freireano y el peronismo, por
haber encarado un camino estrecho que los separa del Marxismo, sin renunciar a la transformación social.
8
Cf. Freire (1973).
9
Cf. Primer Congreso Nacional de Filosofía, Mendoza, 1949. Disponible en: http://www.filosofia.org/
mfb/1949a128.htm#00 ó Perón, J. Una comunidad organizada y otros discursos académicos. Buenos Aires:
MacachaGuemes, 1973. Compilado por Enrique Pavón Pereyra.
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